Sacerdotes: misión

Cristo asocia a los Apóstoles a su misma misión de misericordia que el Padre le ha confiado. «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros» (Jn 20, 21). Por eso, el sacerdote es elegido, consagrado y enviado para hacer eficazmente actual la misión eterna de Cristo en caridad pastoral como imitación y prolongación de la caridad del Buen Pastor.

 

Estamos deseosos de gastar, como María de Betania, el frasco de la propia vida en derroche de amor a los pies de Jesús en su presencia Eucarística y en el servicio a todos, sin buscar más utilidad que agradarle y vivir en su obsequio.

 

De la contemplación amorosa y unión con Jesús, brota en el corazón un ardiente deseo apostólico de hacerle conocer y amar como discípulos misioneros de la misericordia llevando a todos la luz y la consolación del Evangelio. 

 

Y guiados por el Espíritu Santo ser testigos del amor de Dios estando cercanos para acoger, discernir y servir con la misericordia divina, sobre todo a los pequeños y necesitados.

 

Jesús dice: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35). Inclinados juntos sobre el Evangelio, se va construyendo con alegría la belleza de la fraternidad sacerdotal y se transforma el mundo por el amor. Lo mejor para estar unidos es darse por completo al Señor. Dios es quien nos motiva, Él nos une, Él es el centro de todos y de cada una, la razón por la que cada hermano sacerdote vive y el punto de coincidencia de toda pequeña comunidad sacerdotal. La fraternidad sacerdotal vivida es un testimonio que evangeliza y contagia el gozo de la unidad que Dios quiere para todos. 

 

«Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6, 26-33). Procuramos vivir la confianza en el amor misericordioso de Dios, abandonándonos tranquilos en sus manos providentes, en lo material, en lo espiritual y en el apostolado, sabiendo que Él desbordará las posibilidades de agradarle, glorificarle y hacerle amar.

 

Cada sacerdote miembro de la pequeña Familia intenta vivir la alegría de las Bienaventuranzas en sencillez evangélica amando todo lo sencillo y escondido como en Nazaret. El heroísmo de lo pequeño hecho por amor a Dios.

 

Procuramos propiciar el apostolado de la santidad tanto de modo personal como comunitario por la atracción de la belleza del amor de Dios manifestado en nuestras vidas de modo personal y juntos.

 

Intentamos mediante una fecunda paternidad espiritual ayudar al crecimiento en la “vida abundante” que Jesús vino a ofrecernos, con medios sencillos como la vida sacramental, encuentros, ejercicios y retiros espirituales, el acompañamiento espiritual, la acogida y la vida fraterna.

 

Con total disponibilidad al Obispo diocesano, recibimos de él la misión al ministerio pastoral, manifestándole, con humildad y obediencia, la orientación apostólica de la pequeña Familia y de cierta vida común, bien en casa parroquial o de Betania

 

Atendemos, también, con paternal esmero tanto a los distintos miembros y comunidades de la Pequeña Familia de Betania como a sus actividades.

 

Para cooperar al bien y misión de la Iglesia, uno o varios sacerdotes de la pequeña Familia, con el pertinente permiso del Obispo diocesano, se dedican de un modo pleno y durante el tiempo que se determine, al servicio, cuidado y desarrollo de la Pequeña Familia de Betania.

 

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