Corazones unidos por la Misericordia
La vida fraterna de Familia de Betania desea ser una pequeña primavera que perfuma la Iglesia y el mundo.
«Para Jesús y para la Iglesia, cada uno y todos juntos hemos de ser un pequeño aliento, apenas percibido, porque nuestra pequeñez limita nuestra realidad, aunque no nuestros deseos.
Un don del Espíritu infundido en nuestros corazones que hace tender al acorde perfecto mediante la renuncia al propio gusto y la participación en los más profundos deseos del hermano.
Aspirar juntos hacia Jesucristo, que se concretiza en los pormenores de la vida cotidiana. ¡Qué gozo tener el Evangelio como almohada de nuestro sueño!
Jesús se intuye en el corazón de cada hermano apeteciendo el amor, la oración y la pobreza».
En la Pequeña Familia de Betania, estamos deseosos de complacer a Jesús en todo y vivir pendientes de los demás por amor a Él, procurando poner en práctica el amor mutuo enseñado y vivido por Jesús: Amaos unos a otros como Yo (cf. Jn 13, 34).
Inclinados juntos sobre el Evangelio, se construye la vida fraterna y se transforma el mundo por el amor. Porque lo mejor para estar unidos es darse por completo al Señor. Dios es quien nos motiva, Él nos une, Él es el centro de todos y de cada uno. Jesucristo es la razón por la que cada miembro de la pequeña Familia vive y el punto de coincidencia de toda pequeña comunidad. Por eso, una oración que es perfecta caridad redunda en perfecta unión fraterna.
«Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos» (Sal 132). Amar a Jesús juntos supone amarnos. Para ello, es necesaria la relación mutua. A fin de que en el diálogo y el encuentro, conociendo por la cercanía la obra de Dios en el hermano, se construya más fuertemente la familiaridad, cada miembro vela por la unidad de espíritu y favorecerá los vínculos de comunión fraterna participando activamente en la vida de la Familia.
Vivir de Jesús supone vivir para los demás por el «camino más excelente» (1Co 12, 31), el camino de la caridad. El olvido de sí y la prioridad de los hermanos hace de la existencia de cada miembro de la pequeña Familia un don volcado para los otros. Amor sin límites y generoso que se muestra en el servicio, la disponibilidad, la atención, la ayuda mutua espiritual y material o en el vencimiento del propio criterio a favor del hermano (cf. 1Co 13).
La Familia o pequeña comunidad donde los ojos de todos están puestos en Jesús que dice «Aprended de mí que soy manso y humilde corazón» (Mt 11, 29) y en María «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5), se transforma en signo de la presencia de Dios y en un testimonio evangélico: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).
«Conscientes de que para una comunidad que acoge a Cristo y al Evangelio en la Iglesia, todo es posible» (Hno. Roger de Taizé a la Pequeña Familia de Betania el 13 de septiembre de 1992).