Mons. José Ignacio Munilla Aguirre Obispo

Palabras de nuestro obispo,

D. José Ignacio Munilla Aguirre, a la Pequeña familia de Betania

 

 

+ Betania, Orito, 10 de marzo de 2022

 

 

 

Hay historias muy distintas, porque cada uno de vosotros tendréis una historia única, irrepetible, y, algunas de mucho sufrimiento, otras más sencillas, como la de Pilar que desde pequeña has podido ver un crecimiento un poco más lineal...

 

Muchos, en su camino de encontrarse con Jesús, han tenido que vivir situaciones de quiebra, de crisis... por muchos caminos; bien sea por el camino de la inocencia, de la penitencia... pero al final llegando al mismo sitio, que es el lugar de Betania, donde Jesús te dice: ¡ven!, reposa, aprende a descansar teniendo a Jesús en el centro de tu vida.

 

Os voy a decir que a mí siempre me enamoró el episodio de Betania en el Evangelio, y que en el entorno donde yo he vivido siempre he visto personas cuya casa de descanso quisieron que tuviese el nombre de «Betania», eso lo he conocido yo en el País Vasco en muchos lugares.

 

Ha habido personas con esa intuición, que han dicho: «Betania» es el lugar en que yo he aprendido a estar a gusto con Jesús. A decir: «¡qué bien se está aquí!», como en el Evangelio de este domingo de la transfiguración, «...hagamos tres tiendas», o como Juan, el discípulo amado que aprendió a reclinar la cabeza en el costado de Cristo...

 

Y lo que me impresiona es que esa llamada, esa invitación, lo que requiere no es de grandes medios, sino que, a veces, lo más sencillo y lo más pequeño es suficiente para entender que Jesús está ahí y te espera.

 

Como tú, que has dicho, a ti te bastó para tu consuelo que alguien te dijese: «ánimo», y te pusiese la mano en el hombro. Fíjate que no es gran cosa eso, ¿verdad? Fíjate que no es gran cosa que alguien te ponga la mano en el hombro y te diga: «ánimo», ¡qué cosa tan sencilla!, más pequeño no puede ser.

 

Quiere decir que estamos llamados a recibir la consolación de Jesús, pero de una manera que solamente los corazones humildes son capaces de entenderla.

 

Porque, allí donde el que tiene un corazón sencillo se admira de cómo Dios le cuida y le quiere... el que tiene un corazón complicado dice: ¡bah, qué tontería! De decir: ¡bah, qué tontería!, a admirarte...

 

¿Cómo es posible que alguien sea escéptico y le parezca una tontería y ante el mismo signo sencillo y pequeño alguien se admire y se conmueva? ¿Cómo es posible eso?

 

Sencillamente en que nosotros hemos sintonizado con la sencillez evangélica para ser capaz de percibir la presencia de Dios en nuestro entorno.

 

Hay mucha gente que piensa: «¿dónde está Dios que no me escucha, que estoy sufriendo?, que yo quiero que Dios me escuche, que Dios me atienda, que estoy sufriendo».

 

Es que Jesús te dice: pues mira a tu alrededor, pues mira a esta familia, mira donde estoy, mira cómo te acompaño, ¡mira qué cerca está de ti Jesús...!

 

Esta es la respuesta que da Jesús a la petición que le pedimos: «Señor, ayúdame, ven a socorrerme». Y le estamos pidiendo eso, y Jesús de una manera tan sencilla, como esta, atiende todo eso. ¡Es una gran consolación!

 

Yo creo que esta experiencia de Betania es una experiencia de consolación para la que solamente se necesita tener un corazón humilde, porque si no tienes un corazón humilde no recibes la consolación.

 

Yo creo que se trata de que Betania nos ayude a ser sencillos y humildes para sabernos y sentirnos consolados por Dios. Dios me quiere, en Él tengo mi consuelo.

 

En esta vida habrá problemas, en esta vida nos faltará la salud, en esta vida habrá disgustos, nuestros planes casi siempre saldrán torcidos, a ver, pero... ¿Jesús me quiere? ¿Estoy con él y él me acompaña? Y lo experimento, pues, en una realidad de familia tan concreta como la que vosotros vivís aquí. 

 

Pues yo creo que una diócesis como la nuestra, necesita muchas experiencias para hacer presente a Jesús, pero la vuestra es muy singular. La vuestra es muy atractiva, creo que responde mucho a la necesidad del tiempo presente, de ofrecer la consolación de Dios a los que sufren, a los que buscan…

 

Por eso, también, mira, a mí el Señor me ha dado una sorpresa en los últimos meses trayéndome a esta Diócesis. Y dentro de todo lo que estoy descubriendo, que todo es una sorpresa para mí, -cuando un niño ve cosas nuevas todo es una sorpresa-, también para mí es una sorpresa hoy veros a vosotros y descubriros... Había oído hablar, ¿no?, pero no os había visto así, todos juntos, hasta ahora. 

 

Pues, yo os digo en nombre de la Diócesis y en nombre de Jesús que: ¡muchas gracias!, muchas gracias por ser fieles a lo que habéis descubierto, a esta perlita, a esta perla preciosa, que es una perla preciosa en la que Dios habrá pensado en vosotros para ser consolación para otras personas. 

 

En vuestro entorno vais a encontrar personas que sufren, personas que viven en soledad. Todos necesitamos de Jesús, todos, todos... Todos necesitamos de Betania.

 

Y, entonces, yo solamente os digo una cosa: esta perla preciosa que habéis descubierto compartidla, «gratis lo habéis recibido dadlo gratis», es un tesoro, es el tesoro de la sencillez evangélica, ¡compartidlo!

 

Me atrevo a decir, también, porque sé que lo vais a tomar en serio, sé que sois conscientes del valor de la oración, que oréis por toda la Diócesis, por todo el conjunto de la Diócesis.

 

Sabéis que vivimos tiempos en la Iglesia difíciles, tiempos de secularización, tiempos en los que existe un ambiente los medios de comunicación de desprecio hacia la Iglesia, de persecución, de ridiculización. Existe un tiempo en que en los jóvenes, las nuevas generaciones, se ha sembrado antipatía hacia la Iglesia, una gran antipatía. Y, claro, cuando a las nuevas generaciones se les ha inoculado, se les ha sembrado esa antipatía, se les ha vacunado «contra», se ha vacunado «contra»...

 

Pues para poder vencer eso, hace falta muchos testimonios personales, muchos testimonios, salir al encuentro: «que las cosas no son como te las habían contado. Te voy a contar yo que lo he visto de primer lugar». Y, entonces, la manera de vencer todos los prejuicios anti religiosos, anticatólicos, antieclesiales, es que haya mucha gente, mucha gente que dé testimonio: «mira yo de las teorías no discuto, sí te digo mi experiencia, mi experiencia es esta, esta, y esta...». Y las teorías podrán discutirse, pero las experiencias no. Porque la experiencia es lo que yo he vivido, y yo solo sé que «antes era ciego y ahora veo», y «yo sé que vivía una experiencia de soledad y abandono, pero me siento acompañado; así que a mí no me discutas».

 

Eso, yo creo, que esta es la manera de vencer esos prejuicios y toda esa especie de faltas, de teorías antirreligiosas que se han difundido en las nuevas generaciones. Y no solamente en las nuevas generaciones, en el pensamiento de mucha gente y de los medios de comunicación.

 

Responder a ellas, responder a los prejuicios con experiencias muy concretas: «eso no es así, yo lo he vivido de otra forma y te doy testimonio de cómo lo he experimentado en la Iglesia, que es mi madre y es consoladora y es acogedora», «te [lo] voy a decir con mi breve experiencia».

 

Me atrevo a deciros: compartir esta experiencia, difundir, ser testigos de lo que es la consolación de Betania. Y rezar por el conjunto de la Diócesis, rezar para que seamos cada vez más capaces y acertar y la nueva evangelización que es un gran reto por delante.

 

Yo estoy muy sorprendido de la acogida tan abierta que se ha dado al Obispo. Me he quedado sorprendido de eso. ¡Qué momento de gracia ha sido este! ¿Por qué el Espíritu Santo ha suscitado un ambiente tan bonito? Yo creo que ha sido el Espíritu Santo que lo ha hecho.

 

Y creo que la finalidad no es que sea un día muy bonito, que nos montemos en la mula, esa no es la finalidad. Yo creo que aquello fue una escenificación de que esa acogida tiene que convertirse ahora en una misión, en una gran misión de evangelización. Esa acogida debe tener una respuesta, tenemos que ser verdaderamente atrevidos evangelizando.

 

Y, bueno, pues yo os pido de todo corazón, que vosotros, a nivel de Betania lo hagáis, y que recéis por el conjunto de la Diócesis para que este momento de gracia seamos capaces de traducirlo en insistir en este aspecto aquí, en este aspecto allá, en el otro allá, el otro allá...

 

  • Vengo esta mañana del Seminario de Orihuela donde he estado con los responsables del Seminario diciendo: ¿cómo nos tomarnos en serio el cultivo de las vocaciones sacerdotales? Es un tema clave, esencial.

 

Vosotros sabéis lo que es tener un buen pastor que os acompaña, sois conscientes de ello. Sois conscientes de lo que es tener un sacerdote que os cuida, unas religiosas. A ver: ¿es importante o no? Importantísimo. Betania no sería posible sin esa paternidad y esa maternidad, vamos a ser claros. Luego, yo creo, que nuestro objetivo tiene que ser esa gran misión que os digo, tiene que ser doble: ¿con cuántas piernas se camina? «con dos». El objetivo tiene que ser doble: conversiones y vocaciones, conversiones y vocaciones, conversiones y vocaciones, esta es la clave; conversiones y vocaciones.

 

Os pido de corazón que os suméis a esa gran misión: que hagamos verdaderamente mi oración, mi sacrificio, mi mortificación, por esas dos finalidades: conversiones y vocaciones, conversiones y vocaciones. Esa será vuestra gran aportación, será una joya, será un tesoro. Formaremos una gran familia. Si Betania es una pequeña familia, decís, pues esa gran familia de la Diócesis conjuntamente en torno a ese objetivo, de la evangelización, será la que nos enseñe a vivir en el Corazón de Cristo.

 

Por lo tanto, muchas gracias por vuestra invitación, muchísimas gracias, y como decía ella, ¡ánimo! Yo también os pongo la mano a todos en el hombro y os digo: ¡ánimo, y a seguir adelante en el camino!

 

Que Dios bendiga a todos los aquí presentes y a los miembros de esta familia que hoy no están aquí con nosotros, a vuestras familias y también a vuestros conocidos. Que vosotros seáis bendición de Dios para ellos.

 

Cada vez que uno es bendecido, enseguida él se convierte en signo de bendición para los demás. A veces decimos: «¡qué bendición es esa persona!», lo hemos dicho alguna vez. «¡Qué bendición es estar con este…!». Uno se da cuenta que es Dios quien bendice, sí, pero… cuando Dios bendice, tú te conviertes en bendición para otro. Pido al Señor que al bendeciros os convirtáis en bendición de Dios para otros.

 

El Señor esté con vosotros, …la bendición de Dios…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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