Sencillez

Corazón humilde y misericordioso

«El que sea sencillo, venga a mí...; al más pequeño se le concede la misericordia»  (cf. Pr 9, 4; Sb 6, 6).

 

Elegir a Jesús es el contenido de la sencillez evangélica: cada miembro de la pequeña Familia procura vivir la alegría de las Bienaventuranzas amando todo lo sencillo y escondido como en Nazaret. El heroísmo de lo pequeño hecho por amor a Dios.

 

La vida muy sencilla nace de la contemplación y adhesión amorosa a Jesucristo y de la condición de los pobres de este mundo. Tiene por base la humildad de «quien a pesar de su condición divina… se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Fil 2, 6-7).

 

Jesús, como Hijo, siempre confía y se abandona en Dios Padre, incluso en el sufrimiento dice: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Cuando reza le llama con ternura: Abbá (papá).

 

El brillo del amor de Dios es la humildad en la sencillez de corazón y de vida.

La vivencia más íntima, la gran sorpresa que Cristo nos comunicó a sus amigos, para anunciarla a toda la humanidad, es: «El Padre os quiere» (Jn 16, 27) y «nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre» (Jn 10, 29).

 

Cuando el Señor nos concedió el don de la confianza

y el abandono en sus manos, los pequeñuelos de Jesús dimos verdaderamente con nuestro camino en la Iglesia. 

 

Santa Teresa del Niño Jesús nos ayuda en este «camino de la confianza sencilla y amorosa» en Dios que «no es más que Amor y Misericordia»:

«La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor...».

«No es el ingenio ni los talentos lo que Jesús vino a buscar a la tierra… cómo le gusta la sencillez… no aspira más que a una gotita de rocío». 

«La santidad no consiste en tal o cual práctica. Consiste en una disposición del corazón que nos vuelve humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y

confiados hasta la audacia en su bondad de Padre».

 

 «Me gustan sobre todo estas tres virtudes pequeñas: la dulzura de corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de vida...» (S. Francisco de Sales).

 

Los primeros cristianos vivían «con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2, 46), como Jesús: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). La vida de Jesús es muy sencilla (Belén, Nazaret, Cruz, Eucaristía).

 

Queremos vivir muy unidos a la pequeña María: «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 37); «se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava… su misericordia llega a sus fieles» (Lc 1, 47-48.50). Y también a San José, el humilde que viviendo con sencillez lo cotidiano confía y ama mucho a Jesús y María.

 

Los pequeños de la Familia de Betania deseamos vivir con sencillez y estilo evangélico, con una gozosa renuncia a los bienes superfluos y una atención especial a los necesitados.

 

No hay que esperar a que nos busquen. Basta saber que nos necesitan para ponernos a los pies de los demás, unidos a Cristo, para servirles «con ternura y humilde corazón» (San Francisco de Asís).

 

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