Mons. Jesús Murgui Soriano, Obispo

Clausura del Jubileo 30º aniversario

Pequeña Familia de Betania

 

Santa Misa.

Homilía de Mons. Jesús Murgui Soriano,

Obispo de Orihuela-Alicante.

Betania, domingo 1 de octubre de 2017.

 

Queridos D. José Luis de la Pequeña Familia de Betania, D. Miguel, Padre Ismael del convento de los Capuchinos de aquí de Orito.

Queridas hermanas de la Pequeña Familia de Betania, matrimonios, hermanos laicos, también de la Pequeña Familia, y seminaristas.

Queridos enfermos que estáis haciéndonos presente esa realidad tan entrañable como es el Cottolengo, muchísimos saludos a las hermanas.

Queridos hermanos:

La palabra de Jesús que acabamos de escuchar, son palabras muy fuertes.

Cuál es en realidad el reproche que Jesús hace a la gente importante de su pueblo cuando habla así. Lo que hace es remarcar la distancia que hay en aquella gente entre su decir y hacer. Esto lo dice, al principio, narrando una brevísima parábola de un hombre que tenía dos hijos y les pide a ambos ir a trabajar a su viña.

Hemos oído como el primero se niega y dice que no, pero luego se arrepiente y cumple. El segundo muy dispuesto, muchas palabras, pero a la hora de trabajar, nada de nada. Y, Jesús, pregunta: «¿cuál de ellos hizo la voluntad del Padre?». Le responden: «el primero».

Así esa gente importante de Israel, gente con una mentalidad muy farisaica, se ponen ellos mismos en evidencia y ponen ante ellos esa enorme diferencia que hay entre lo que dicen y lo que hacen.

El Evangelio nos repite y nos recuerda, en otras ocasiones, que las palabras no bastan, que lo importante es hacer la voluntad de Dios.

En la figura del padre que hemos oído, en esa pequeña parábola, Dios se está manifestando. Dios que nos llama a todos a servir, a trabajar, a ser útiles y que pide que el trabajo, la utilidad de nuestra vida, sea real.

Recordad la parábola de las vírgenes prudentes, con las lámparas encendidas, siempre vigilantes, despiertas, atentas. O como nos dirá en el Evangelio, «no todo el que diga: Señor, Señor; entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre». El que ama sólo de palabras, sin hechos, dirá Jesús en ese mismo texto, es aquel que edifica su casa sobre arena, vienen las dificultades, y la casa se viene a pique, abajo. Sin embargo, aquel que se dedica no tanto a hablar, a aparentar, a ser fachada, sino de verdad en su vida a vivir, a tratar de rendir aquello que Dios le pide: ese en el Evangelio, es alguien que edifica su vida sólidamente sobre roca.

Ya en el Antiguo testamento hay una expresión muy sencilla, muy clara, que denuncia esto: «este pueblo me alaba con los labios, pero su corazón está lejos de mi».

Seamos personas de «verdad». No personas de palabras, de falsedad, de apariencias, sino de hechos. De hechos, sobre todo, como dice Jesús, en la oración, en lo profundo, donde el Padre ve la verdad de cada uno de nosotros.

Por lo tanto, lo que Jesús viene a denunciar en el Evangelio de hoy es el fariseísmo, es decir, la falsedad, el estar más pendientes de aparentar que de ser, más pendientes de palabras, de posturas, de imagen… Y vale para la gente a la que se dirige Jesús y, también, ahora para cada uno de nosotros.

Pedirle al Señor: «Señor, que mi vida no sea una mentira, una apariencia, sino que sea de verdad, delante de ti, cumpliendo tu voluntad». Esa es la actitud correcta en el Evangelio.

El Evangelio nos lleva a la acción, a hacer.

Recordad como en el libro de los Hechos, San Lucas nos narra que ante la palabra, la palabra predicada por Pedro y los demás el día de Pentecostés… ¿Cuál es la reacción de los que escuchan esa predicación? Ante esas palabras, preguntan: «¿qué tenemos que hacer?». Y pusieron en práctica esa conversión, ese bautismo que los apóstoles les piden.

Es importante tener esa actitud cuando oímos el Evangelio y la predicación de la Iglesia sobre el Evangelio. Sentir, percibir, que esas palabras están dirigidas a mí, a cada uno de nosotros, a nuestra vida y que no son palabras abstractas dichas para entonces o para una realidad sin rostro, sino a cada uno de nosotros. Ver esa palabra qué nos dice, aquello que hacemos bien o que hacemos mal, y que nos llama a la conversión.

Dejemos por tanto siempre que el Evangelio toque nuestro corazón y que realmente nos lleve a la conversión. Que nos lleve a abandonarnos a cumplir, a seguir la voluntad de Dios.

Recordad que la primera lectura nos dice: «Si el pecador se convierte, salva su vida». Descubramos nuestro egoísmo, nuestros pecados, para que no nos quedemos tampoco ahí, solo en la tristeza de decir lo malo que soy, las cosas que hago mal.

La conversión conlleva dos cosas: descubrir lo mal que estoy, aquello que tengo que cambiar, aquello que no es cumplimiento de la voluntad de Dios, y a la vez actuar. Esto no nos debe conducir a la desesperación o a la tristeza, sino a caer en la cuenta lo lejos que estamos del Señor y de su voluntad. Y al descubrir y tener presente su misericordia y su amor, nos movemos a hacer y cumplir. Y, a la vez, a abandonarnos y a confiar en la bondad de Dios, abandonándonos y confiando en su misericordia.

Recordad que el salmo de hoy dice: «Señor, recuerda que tu misericordia es eterna». Recordad hoy esa figura que la Iglesia tiene tan presente: Santa Teresa del Niño Jesús.

Teresita de Lisieux es un modelo de abandono, de infancia espiritual, de ponerse en brazos del Señor, de confiar en Él, porque la verdad es que la salvación no es tanto  producto de nuestro esfuerzo, de nuestro empeño, sino de nuestra «verdad». De reconocer nuestra miseria, nuestro pecado, y, sobre todo, ante eso no desesperar. Abandonarnos como un hijo a su padre, a su madre. Abandonarnos, confiar, estar totalmente en manos de la misericordia de nuestro buen Dios.

El ir escuchando la Palabra, e ir haciendo la voluntad del Padre, va conduciéndonos, encaminándonos a lo que San Pablo de una forma bellísima nos ha dicho en la segunda lectura.

Yo a la Pequeña Familia de Betania, en este día de clausura del Jubileo, en este día tan especial de Orito, yo creo que es precioso el que nos grabemos a fuego en el corazón esas palabras maravillosas, esa segunda lectura entera, fantástica, que San Pablo nos ha regalado como Palabra de Dios. Sobre todo, ese resumen que también Pablo nos ofrece de todo lo que ha dicho: «Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo Jesús».

Francisco de Asís, antes hemos hecho referencia a él, a quien celebraremos dentro de unos días, ha sido visto y tenido en la Iglesia como una de las personas de los bautizados, de los santos, de los discípulos de Jesús, que más recibió la gracia de  identificarse, incluso en lo físico, -en las llagas-, con la persona del Señor.

Tener los sentimientos, parecernos, imitar en todo al Señor. Sentir como Él, pensar como Él, amar como Él.

Cristo, el que hizo toda su vida referencia a su Padre y referencia a la humanidad, por la cual entregó su vida. Vivió totalmente para obedecer al Padre, para cumplir su voluntad. Y vivió para entregarse, hasta su último aliento, su última gota de sangre, por nosotros. Su vida fue obediencia y abandono total en las manos del Padre, y entrega total, donación absoluta para salvarnos. Recordad a Jesús en la cruz, sus palabras son: «perdónalos porque no saben lo que hacen». Muere perdonando, muere por amor. Y, después: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Abandono al Padre y amor total e ilimitado por nosotros. Así, en esa obediencia, en ese amor, ha sido salvada la humanidad, hemos sido salvados nosotros.

Queridos hermanos que toda nuestra vida sea amor al Padre y  servir a todos los que el Señor nos ha confiado. En especial, a aquellos que en nuestro estado, en nuestra circunstancia, Él ha puesto a nuestro cargo.  Esto es verdaderamente llegar a la santidad, llegar a la plenitud, a realizarla.

Y todo es obra del Espíritu Santo. Dejarnos trabajar por él, iluminar, conducir, sostener por esa gracia permanente. Es el don del Espíritu, que por el Bautismo, por la confirmación, hemos recibido y que acompaña a su Iglesia, nos acompaña siempre. Actúa el amor del Padre y del Hijo en cada uno de nosotros.

Que realmente en este acto jubilar, en esta acción de gracias que hoy hacemos por la Pequeña Familia de Betania: la Pequeña Familia de Betania sea ese camino de santidad, de santificación. Esa casa del Espíritu Santo, donde el Espíritu va modelando a cada uno de vosotros, como hizo con María, como hizo con cada uno de los santos que son obras de arte de Dios en la Iglesia.

Aquí en la Pequeña Familia tenéis en la Capilla esa reliquia preciosa de San Rafael Arnáiz; tenéis esa referencia constante que hoy es especial, Santa Teresa del Niño Jesús, tenemos dentro de unos días a San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, y tenéis también ese sacerdote maravilloso de nuestra Iglesia diocesana, Don Diego Hernández, por el que tanto hacéis para que sea conocido y para que sea un referente para nosotros, los sacerdotes de Orihuela- Alicante.

Os animo, por tanto, que toda esa riqueza que hace un momento hemos compartido de las hermanas, de los laicos, de los seminaristas, de la gente enferma, de la gente que vive el estado matrimonial, de los más jovencitos, de todos vosotros, de ese auténtico jardín de tanta variedad de plantitas del Señor, de ese jardín que es su Pequeña Familia de Betania, que el Espíritu Santo os siga dando el calor, la luz, el agua, los elementos para seguir creciendo hasta llegar a Él, hasta llegar a la plenitud de la felicidad de ser santos, de ser plenamente del Señor.

Que esta Misa sea una acción de gracias por esos treinta años, por todo el bien que el Señor ha regalado aquí, a todos, los que están y los que no están. Y con mucha alegría, con mucha paz, pero con una gratitud inmensa, bendecid al Señor en esta Eucaristía y todo por intercesión de nuestra Madre, Santa María. Así sea.

 

 

Clausura del Jubileo 30º aniversario

Pequeña Familia de Betania

 

Encuentro testimonios.

 

Palabras de Mons. Jesús Murgui Soriano,

Obispo de Orihuela-Alicante.

 

Betania, domingo 1 de octubre de 2017.

 

Esto fuera del programa. Decir que esto ha sido… Yo es como si me hubiera comido un plato de paella, uno de gazpacho de Pinoso… No os lo podéis imaginar…tengo la cabeza... Porque he tratado no solo de oír sino de absorber todo lo que habéis dicho. Porque ha sido de una riqueza extraordinaria, es decir, ha sido sensacional.

Las tres velas representan muy bien todo. Las pequeñas hermanas, lo que han dicho al principio, una “monada”. Después, la riqueza y variedad de testimonios, de gentes, de grupos de laicos… Y los seminaristas que ha sido un broche final muy “bonico”. De corazón a todos.

 

Y ahora voy a entrar en lo que iba a decir.

 

A medida que iba oyendo, solamente se me ha ocurrido una imagen, porque no puedo entrar en detalles de todo lo que se ha dicho. La imagen que os pondría, de lo que a mí me venía, a medida que iba oyendo… ¿Vosotros habéis estado en un pueblo de la diócesis que se llama Guadalest? ¿Alguno ha visto un museo de miniaturas que tiene cosas preciosas? Pues yo, oyéndoos, pensaba en Guadalest, en esas miniaturas preciosas. Es decir, que aquí hay un enorme artista.

Siempre en todo lo que crece, nace en la Iglesia, el Artista es Dios, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Pero especialmente el Espíritu Santo, que el Padre a través del Hijo nos ha enviado, es un artista. Y como la palabra que más destacáis, y primera, es lo de «pequeña», pues, por ahí me viene también lo de miniatura. Pero, como una obra de arte del Espíritu que ha hecho maravillas, como en María, en el corazón y la vida de muchos de vosotros, en todos vosotros.

Los testimonios han sido impresionantes, no solo por la hondura, sino también por la variedad. Por tanto, dar gracias al Señor, al Espíritu Santo, por lo que ha hecho en vosotros.

 

Ahora es cuando quería decir la primera palabra de lo que yo había pensado, porque, claro, la homilía es más en base a la Palabra de la Misa, del Evangelio de hoy.

 

Y lo que quería decir primero a Betania es la palabra respeto. A parte de venir con mucha gratitud, que me halláis pedido venir, por tanto, muchísimas gracias, también decir gratitud, respeto. Porque yo creo que aquí 30 años… 30 años, ¡Señor, 30 años! ¿Vosotros sabéis lo que son 30 años? Son muchos años, muchas personas, muchos momentos, muchas etapas, muchas circunstancias que el Señor va escribiendo, la Providencia... Eso de que el Señor escribe recto… Bueno, el Señor ha ido haciendo su obra, escribiendo sus cosas, conduciéndoos hasta este momento y, por tanto, yo siento un enorme respeto por cada uno de vosotros, cada una de vosotras. Admiro de forma muy especial a aquellos que lleváis muchos años vinculados a este lugar, con momentos de todos los colores, con salidas de sol, con puestas de sol… El Señor es grande, el Señor es bueno, el Señor es misericordioso. Y yo creo que este momento de este día, de estos 30 años, iluminan con la luz de Él los 30 años que habéis recorrido con los momentos y las luces y las circunstancias que habéis vivido hasta ahora. Por tanto, mucho respeto por mi parte, mucha admiración por mi parte y mucha gratitud porque me permitís compartir este día, que creo que es muy importante.

 

Entro ya en materia: «Pequeña familia de Betania».

 

Lo de pequeña a mí me sabe a Evangelio. Es decir, Jesús amaba mucho la sencillez.

 

Él, por ejemplo, dice: «Te doy gracias, Padre, porque has querido regalar estas cosas no a la gente sabia, entendida», diríamos, a los ‘chulos’ del Evangelio de hoy. Jesús se enfrenta con los sumos sacerdotes, con la gente importante. Jesús alaba mucho esa sencillez de corazón. Podemos ver en María como prototipo: el Señor en el Magníficat, por ejemplo, ha mirado la humildad de su esclava. Incluso la figura que está al lado de María, que a veces no le damos la importancia que tiene pero que es fantástico, San José, es de una sencillez, de una fe, de un fiarse de Dios… Por tanto, esa palabra pequeña, ¡es qué dice tantas cosas!

 

También la providencia de que hoy sea Santa Teresita de Lisieux. De todo lo que representa su espiritualidad, que la tenéis tan dentro de vosotros. Ese «ser el amor dentro del corazón de la Iglesia»; ese ser y hacerse y sentir, hallar un rinconcito y también ofrecer su falta de salud y desde ahí, nada menos que la Iglesia, el Espíritu, hacerla y nombrarla patrona de las misiones. De cómo puede llegar la gracia de Dios a todo lo que ella es: pequeña, escondida, humilde, limpiando un piso ofreciendo sus dolores… Es pequeñez profunda del Evangelio y de tantos santos. De aquí a unos cuatro días, vamos a tener otro ejemplo de esto que estamos diciendo desde el Evangelio, Francisco de Asís.

 

Pequeña pero en ese sentido no tanto de dimensión sino de encarnación de lo que en el Evangelio significa la sencillez, el abandono en Dios, mirar los lirios del campo, los pájaros de cielo, ese creer en la providencia, ese fiarse del Señor, ese dejarse conducir, esa maravilla… Pues, eso es un poquitín lo que quiero destacar detrás de la palabra pequeña. Por tanto en pequeña, yo, sabor de Evangelio.

 

En la palabra familia, lo que me sabe es a Iglesia, porque además es algo que habéis repetido varias veces: sentiros familia dentro de la gran familia que es la Iglesia. Entonces yo os animaría que siguierais cuidando muchísimo la eclesialidad. Es decir, igual que os animo en lo primero a seguir cuidando esa sencillez evangélica, que es tan fundamental hacerse niños para entender y para entrar en el Reino, os animo a vivir la familia en el sentido de que lo nuestro es, desde toda Palabra de Dios, la gran familia, el gran proyecto del Padre que hace un pueblo nuevo en Pentecostés, ese misterio de amor del Padre.

 

La misma palabra Padre necesita la otra palabra: «familia». Necesita esa realidad a quien querer, a quien enviar, en quien confiar, a quien un poco compartir todo lo que es el misterio de la Trinidad y, por tanto,  crecer siempre con un conciencia y una vivencia no sólo teórica sino práctica de eclesialidad, muy concretada en la Diócesis.

 

Siempre, me ha encantado, por ejemplo, el testimonio de la oración que han dado las Pequeñas hermanas, Es fundamental. La Iglesia, la familia de la Iglesia, vive de la oración. Yo les animo a que sigan delante del Señor en el Sagrario, en la Eucaristía, dando gracias al Señor, alabándole por las maravillas que en su Iglesia hace, e intercediendo por la Iglesia Universal, el Papa Francisco, por toda la Iglesia y, en concreto, por esa familia que es Orihuela- Alicante, la Iglesia de Jesús en esta tierra. Por tanto, vivir, rezar, sentirse, formar parte.

 

Ha sido muy bonito, también, en las distintas comunidades, grupos de laicos, esa vinculación que tenéis, muy fuerte, también, a las realidades eclesiales en las que estáis, de distintas maneras.

 

Y los seminarista, claro, lógicamente, me han tocado un punto débil. Porque hay una cosa que es muy importante, ese saber ser personas que tienen el toque de una espiritualidad, especialmente desarrollada en la Pequeña Familia de Betania, pero, a la vez, son muy del Obispo, muy de la Diócesis, «ir al pueblo al que el Obispo nos envíe». Porque, si luego, cada uno va viviendo sólo de su especialidad, el pobre Obispo a la hora de servir al conjunto, es que se muere, es que tiene para echar a correr, es que no sabe para dónde tirar. Porque si se te muere un sacerdote o hay una necesidad o una urgencia, luego miras a los que necesitas para que vayan a servir al pueblo de Dios dónde hacen falta… y cada uno viene con su especialidad. Pues, -bueno, Señor, ¡qué haces!- me explico, ¿no? Por tanto, muy bien las riquezas, pero cada una sabiendo todo, no sé si me he explicado. Por tanto familia.

 

Y la tercera palabra Betania a mí me sugiere, imitando a mis amigos seminaristas cuando dicen: «el Papa Francisco dice tres cosas», pues de Betania yo digo tres cosas. «Betania» a mí me suena a tres palabras: la palabra amistad, la palabra equilibrio y la palabra resurrección.

 

La palabra amistad es lo primero que me nace cuando oigo la palabra «Betania». Es que  Jesús allí se encontraba con los amigos. El pobre iba arriba y abajo, de aquí para allá, y me imagino que encontrar gente como Marta, María y Lázaro, y una casa, y un sitio, y una silla donde poder sentarse sin dolores de cabeza, con tranquilidad y tan a gusto, y relajarse, y no tener historias, y poder oír, y poder… no sé si se me explico. La amistad sencillamente amistad, sin adornos, y con todas las palabras de acogedores, fraternos, y todo lo que habéis dicho, pero amistad, sencillamente amistad.

 

Otra palabra, equilibrio, pues también es precioso Betania. Fijaos en Marta y María. La contemplación, María "ha escogido la mejor parte”. Las artistas que habéis hecho la representación, la chica que ha hecho de María ahí sentadita, sentadita no, arrodillada, ahí al dado de Jesús. Está la imagen de María, que un poco se identifica con la vida contempla»”, le dice nuestro Señor, y la pobre Marta diría «escucha Señor, …. dile a ésta que haga algo».

 

Lo digo porque Benito de Nursia, San Benito, sintetiza toda su regla y su espiritualidad con palabras tan claras: Ora et labora, reza y trabaja, contempla pero haz cosas. Es decir, las dos cosas. Ese equilibrio que después en la Iglesia, que es un misterio y una sinfonía del Espíritu Santo, cada uno también acentúa cosas de estas, pero luego, en conjunto, se nos pide que tengamos ese equilibrio.

 

Que igual que se nos pide en las parábolas de los talentos, rendir y trabajar; en el evangelio de hoy; a la vez, los lirios del campo, los pájaros del cielo, el abandonarse, rezarle… las dos cosas. A lo mejor dentro de la pequeña familia de Betania, resulta que está acentuado un aspecto en algunos de vosotros y os equilibráis entre todos, ¿me explico?

 

Por tanto, mucho rezar y mucho trabajar, o mucho trabajar pero, a la vez, vivir el plan diocesano de pastoral, que tiene esas dos palabras, «encuentro y misión». Del encuentro con Jesús es donde uno cambia y se transforma y se convierte y lo tiene todo en Él. No para guardárselo, sino para compartir, para dárselo a los demás. Esa imagen tan bonita de la vigilia Pascual, del Cirio Pascual, que es Jesús, por el encuentro con Él, de la vid y los sarmientos, cada velita de cada cristiano se enciende allí. ¿Os acordáis, en la vigilia? Si uno no se enciende en Jesús, después no puede encender a los demás; repartir a los demás la luz que ha tomado. El encuentro y la misión, el ora et labora, el  equilibrio de Betania es la segunda palabra.

 

Y, la tercera y última palabra: Resurrección. Es decir, «Lázaro, sal». Y Lázaro sale.

 

Este año el plan de pastoral, además del encuentro y la misión, hay  una palabra que es «conversión»; sobre todo iluminada desde el texto de referencia que es el diálogo del Evangelio de Juan entre Nicodemo y Jesús, donde Nicodemo oye de Jesús que «hay nacer de nuevo…».

 

«Nacer de nuevo». Que los de Betania viváis en una permanente Resurrección para llegar a la verdadera Resurrección, al cielo, a la eternidad. Aquello que la Virgen María nos ha abierto como la primera y que celebramos en el Misteri de Elx, cada año, la Asunçió de la Mare de Deu. María es la que va delante, la que anticipa lo que será nuestro final. Pero, a la vez, para llegar a esta resurrección última hay que estar, por medio de la gracia de Dios, en el sacramento de la penitencia, por gracia del Señor, resucitando, naciendo de nuevo muchas veces, contantemente en nuestra vida.

 

Por tanto, Pequeña Familia de Betania, de encuentro, de amistad y, sobre todo, de vida nueva, de nacimiento, y de resurrección.  

 

Muchísimas gracias. Nunca mejor dicho, vamos a celebrar la Eucaristía, la acción de gracias del Señor por estos 30 años. Vamos a terminar con la bendición Papal, con la bendición del Señor, para todos y cada uno de vosotros, para los que no están, para los que estuvieron, para los que no han podido venir. Muchas gracias. 

 

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